como ya lo dijo antes Rosalba, comer sin sopa "es para muchos, entre los que me incluyo, la triste sensación de que ese día las cosas van apresuradas, y el vacío que implica a la hora del condumio sólo puede compararse a la ausencia de un ser querido, tan necesaria es su presencia y acompañamiento".
ya vengo con demasiadas semanas sin sopa. Meses enteros, inclusive, que quisieron parecerse a una época de soledades impuestas. El anterior fin de semana tuve el privilegio de comer dos sopas exquisitas, una de maní generosa, con arroz, arvejitas frescas, y un sabor casi idéntico al de la leña, y otra echa por las manos incomparables de mi abuela, la madre de Rosalba. Ahí me propuse, indefectiblemente, hacerme una buena sopa yo. Y todavía no lo hago. Ya me acosté a dormir con mi libro de recetas italiano, ya pergeñé en mi cabeza todas las posibilidades de caldos-base, ya hice y decidí entre tomillo y laurel, perejil u orégano, ajo o cebolla caramelizada.
Sigo ante el ordenador, pensando en sopa, desde hace días, a punta de yerba-mate...
Juana Manuela Gorriti, que se pasó el tiempo entre Voltaire y Racine, en vez de entre el fogón, la mesa y su marido, recomendaba que, para no divorciarse, había que asirlo (al gentil compañero) por la boca. Conquistarle por el estómago. Así reunió ella recetas maravillosas, de todos los puntos de la vasta América (en otro momento les cuento de las recetas de Adela Zamudio presentes en el libro) en un librito ecléctico y sabroso que he sabido disfrutar... leyendo, en vez de ponerme a cocinar, por supuesto.
Sigo escapándome del fogón persiguiendo recetas imaginarias. Para inaugurar este otro manual virtual y eléctrico, les paso la receta del consomé, caldo dorado si los hay...
Nota: a no indicarse lo contrario, todas las recetas son para dos, que yo vivo casi sola
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